José Arnau Belén
Pocas
veces un crítico de arte tiene la posibilidad de escribir unas humildes y
espontáneas notas sobre un artista como José Arnau. Y no estamos hablando
únicamente de un autor con una trayectoria intensa y dilatada plagada de éxitos
y premios en certámenes internacionales y nacionales. La indudable calidad de
su producción, su ímpetu artístico, su conocimiento consumado de los
materiales, la exquisitez en el tratamiento de la imagen, la riqueza
iconográfica y temática de sus trabajos y su asentado prestigio profesional,
confluyen en perfilar la figura de un admirable maestro de nuestro tiempo.
Su
formación académica depurada y estricta siempre sirvió de lanzadera a sus
inquietudes creativas, asentadas en un conocimiento inusual de la técnica. Sus
cuadros poseen un carácter resueltamente experimental siempre en lucha entre
realidad y abstracción, entre modernidad y vanguardia. Su propuesta artística,
tremendamente viva y atractiva, esta embebida de multitud de formatos y
posibilidades, de morfologías expresionistas y matéricas, plasmadas en
paisajes, bodegones, estudios o figuración.
Sus
procedimientos muestran un alma inmersa en unas hechuras plenamente inconformistas,
que acaban por crear un léxico propio enteramente estético y plástico siembre
bello, sensible y contenido, ausente de tensiones y desasosiegos o zozobras. Es
una pintura rebosante de un acento atractivo y luminoso, mediterráneo, donde el
pincel remarca sus tonalidades con una inteligencia pocas veces vista, sin
contradicciones, en un sabio equilibrio de fuerzas entre lo hermoso y la destreza,
sin dudas ni incertidumbres, siempre influenciado por el medio y el tiempo, que
se refleja detenido en sus instantáneas como el guiño de media sonrisa de una
modelo ante el artista.
En
su obra se aprecia el verdadero ser de un alma nacida para el arte traducido en
secuencia de colores, de inspiración constructivista donde las formas y las cosas
se edifican con una óptica exponencial ocular que va perfilando y diluyendo los
contornos, convergiendo y divergiendo las composiciones con una pericia
verdaderamente inigualable. El suyo un acercamiento artístico “humanizado”, con
repertorios y composiciones acertadamente simbolistas donde él presta el
protagonismo al color como testimonio, desnudando las esencias representadas y
presentando al espectador la auténtica lindeza sin su piel ni enmascarada.
Y
es que los ambientes de sus realizaciones son ricos escenarios de contornos, de
tramas y texturas carnosas, sensuales y naturalistas, de veladuras, matices y
transparencias resueltas con destreza y desenvoltura, propia de la fecundidad
sensitiva y potencia visual de un maestro asentado y maduro. Sus plasmaciones
se aprecian liberadas de los dogmas tradicionales, ofreciendo con un lenguaje
diverso un pensamiento interior increíblemente expresivo, inmaterial y
emocionalmente vibrante.
Realmente,
un paseo por sus obras resulta un espectáculo de intensidad épica, plagada de
penetrante psicología y entusiasta personalidad, mucho más allá de
convencionalismos. El ardor de su pintura se asienta en los ecos del espíritu y
de lo infinito a partir de la naturaleza, dejando un aliento de magisterio que
viene a descubrir, en lo tangible y lo inmediato, la trascendencia y
sublimación del arte.
David
Montolío