bienvenidos al blog de david montolío, crítico e historiador de arte

Adela Calatayud

Prólogo del Catálogo de la Exposición (Navajas, 16 de julio de 2011) 

“¿Qué puedo decir yo de las mujeres que no se haya dicho ya mil veces? Repetir todas las bondades e idioteces que se han dicho sobre mis hermanas miles de veces resulta terriblemente aburrido e inútil, así que en lugar de hablar de ellas, quiero decirles algo: creed más en vosotras, en vuestras fuerzas y derechos ante la humanidad y ante Dios, creed que todos, incluidas las mujeres, tenemos una inteligencia a imagen y semejanza de Dios, que no existen límites para la voluntad y la mente humanas, …”. Natalia Concharova, Carta abierta (ca. 1913)

No hace mucho tiempo que conozco a Adela personalmente, aunque he de decir que, cuando me la presentaron, sentí “reconocerla” como de toda la vida y, por tener su misma edad, vi en ella a una mujer, a mi propia madre, que con los años adquieren la talla grande de un pontífice, rebosando humanidad. Muchos de los enigmas que se me habían planteado durante años al ver algunas de sus pinturas parecían resolverse de improviso al cruzar fugazmente nuestras miradas. Una ojeada, la suya, franca y recóndita, que parece querer profundizar en las cosas, en los objetos, en los paisajes que ante ella desfilan cotidianamente. Como observando las tablas del escenario con ojos de escenógrafa que interpreta sus espacios y composiciones, como trazando fuerzas, líneas y direcciones en una explosión colorista de sus pulsiones internas.

Una de las características que en ella siempre he creído ver ha sido la libertad de sus acercamientos a los pinceles, independizada de cánones y encorsetamientos, ligada pero a la vez alejada de la tradición por una cuerda que tensa sin llegar a seccionar, moviendo sus trazos con su inagotable curiosidad y forjado carácter. Su “buen ojo” artístico podría compararse con el buen oído de los grandes músicos y cantantes, lo que le ha permitido reinventarse y cambiar innumerable número de ocasiones de partituras, tesituras y registros.

Es la pintura de Adela parte de un movimiento unido, integrado y entrelazado, caminando sabiamente entre los dogmas, mostrando acercamientos, discordias y discrepancias, en un inconformismo plasmativo que nace siempre de su particular manera de captar la realidad y acercarla a su retina, planteando un diálogo creativo desarrollado en el ámbito espacial de eterna búsqueda artística de atrevimientos y conceptos innovadores.

Su obra es una continua y enfermiza tentativa de absorber sus propias palabras no pronunciadas, sus pensamientos no sugeridos y concentrarse en la esencia improvisada de las relaciones humanas con el medio natural y el hombre que la habita fantasmagóricamente, resultando un arte enérgico, vital y personal, rozando lo melancólico, lo mohíno, lo taciturno. Una filosofía pictórica que la ha llevado a una profunda inclinación y amor por la naturaleza orgánica que nos inunda con una belleza que ella nos transmite alegre como el cuerpo de una muchacha atrae con sus perfectas trazas la atención de su amado.

Racional, intuitiva, ingenua, madura y espiritual, su arte siempre me ha parecido emocional e, incluso, lírico. En sus captaciones amplias o concretas se muestra original y articulada, amando los colores con efímeras pero inquietantes apariciones figurativas con pinceladas de talento enérgico y temperamental que parecen querer desbordar los lienzos y el marco para arrojarse contra el público que observa sus muestras, con una técnica fuerte, fresca y descarada, agarrándolo por el alma y robándosela a mordiscos, como se atrapa lo querido y se cree en lo idolatrado.

No creo que resulte exagerado decir que en su búsqueda artística, esta amazona de nuestro arte ha reflejado las múltiples facetas creativas del artista y su obra, como presentación de su propio carácter e ingenio. Ha sido la maestría generada por su innata experiencia la que la ha arrastrado en un movimiento imparable de búsqueda de nuevas morfologías de expresión, aventura no exentas de devoción casi espiritual y anímica hacia su esencia y el auto-sacrificio crítico que le ha ido dictando nuevas fórmulas proféticas e iluminadas, siempre la luz que nos martillea con su hermosura, para su arte.
David Montolío