Adela Calatayud
Prólogo del
Catálogo de la Exposición (Navajas, 16 de julio de 2011)
“¿Qué puedo
decir yo de las mujeres que no se haya dicho ya mil veces? Repetir todas las
bondades e idioteces que se han dicho sobre mis hermanas miles de veces resulta
terriblemente aburrido e inútil, así que en lugar de hablar de ellas, quiero
decirles algo: creed más en vosotras, en vuestras fuerzas y derechos ante la
humanidad y ante Dios, creed que todos, incluidas las mujeres, tenemos una
inteligencia a imagen y semejanza de Dios, que no existen límites para la
voluntad y la mente humanas, …”. Natalia Concharova, Carta abierta (ca. 1913)
No hace mucho tiempo que conozco a Adela personalmente, aunque he de decir que,
cuando me la presentaron, sentí “reconocerla” como de toda la vida y, por tener
su misma edad, vi en ella a una mujer, a mi propia madre, que con los años
adquieren la talla grande de un pontífice, rebosando humanidad. Muchos de los
enigmas que se me habían planteado durante años al ver algunas de sus pinturas
parecían resolverse de improviso al cruzar fugazmente nuestras miradas. Una ojeada,
la suya, franca y recóndita, que parece querer profundizar en las cosas, en los
objetos, en los paisajes que ante ella desfilan cotidianamente. Como observando
las tablas del escenario con ojos de escenógrafa que interpreta sus espacios y
composiciones, como trazando fuerzas, líneas y direcciones en una explosión
colorista de sus pulsiones internas.
Una de las
características que en ella siempre he creído ver ha sido la libertad de sus
acercamientos a los pinceles, independizada de cánones y encorsetamientos,
ligada pero a la vez alejada de la tradición por una cuerda que tensa sin
llegar a seccionar, moviendo sus trazos con su inagotable curiosidad y forjado
carácter. Su “buen ojo” artístico podría compararse con el buen oído de los
grandes músicos y cantantes, lo que le ha permitido reinventarse y cambiar
innumerable número de ocasiones de partituras, tesituras y registros.
Es la pintura de Adela parte de un movimiento unido,
integrado y entrelazado, caminando sabiamente entre los dogmas, mostrando
acercamientos, discordias y discrepancias, en un inconformismo plasmativo que
nace siempre de su particular manera de captar la realidad y acercarla a su
retina, planteando un diálogo creativo desarrollado en el ámbito espacial de
eterna búsqueda artística de atrevimientos y conceptos innovadores.
Su obra es una continua y enfermiza tentativa de absorber
sus propias palabras no pronunciadas, sus pensamientos no sugeridos y
concentrarse en la esencia improvisada de las relaciones humanas con el medio
natural y el hombre que la habita fantasmagóricamente, resultando un arte
enérgico, vital y personal, rozando lo melancólico, lo mohíno, lo taciturno.
Una filosofía pictórica que la ha llevado a una profunda inclinación y amor por
la naturaleza orgánica que nos inunda con una belleza que ella nos transmite
alegre como el cuerpo de una muchacha atrae con sus perfectas trazas la
atención de su amado.
Racional, intuitiva, ingenua, madura y espiritual, su
arte siempre me ha parecido emocional e, incluso, lírico. En sus captaciones
amplias o concretas se muestra original y articulada, amando los colores con
efímeras pero inquietantes apariciones figurativas con pinceladas de talento
enérgico y temperamental que parecen querer desbordar los lienzos y el marco
para arrojarse contra el público que observa sus muestras, con una técnica
fuerte, fresca y descarada, agarrándolo por el alma y robándosela a mordiscos,
como se atrapa lo querido y se cree en lo idolatrado.
No creo que resulte exagerado decir que en su búsqueda
artística, esta amazona de nuestro arte ha reflejado las múltiples facetas
creativas del artista y su obra, como presentación de su propio carácter e
ingenio. Ha sido la maestría generada por su innata experiencia la que la ha
arrastrado en un movimiento imparable de búsqueda de nuevas morfologías de
expresión, aventura no exentas de devoción casi espiritual y anímica hacia su
esencia y el auto-sacrificio crítico que le ha ido dictando nuevas fórmulas
proféticas e iluminadas, siempre la luz que nos martillea con su hermosura,
para su arte.
David Montolío